María Medina era dulce, tierna, ingenua (pese a sus 32 años) y de entregarse por completo cuando se enamoraba. Así la recuerda su mamá, Rut Tomatis, dos años después de perder a su única hija y luego de revivir el calvario durante el juicio oral en el que condenaron a prisión perpetua al asesino de su hija.

“La sentencia me dejó una sensación de sorpresa, yo creía que me iba a tener que conformar con una pena menor, por eso estallé en llanto por la sorpresa”, afirma la mujer, quien se mostró agradecida con los jueces de la Sala I (Pedro Roldán Vázquez, María Elisa Molina y Juana Juárez) por el fallo. El martes a la noche, le dieron la pena máxima a Armando Martín por haber golpeado a María, haberla rociado con combustible y haberle prendido fuego, causándole la muerte de manera instantánea.

A Rut le tocó relatar durante el juicio cómo fueron los cuatro meses y medio de noviazgo entre María y Martín. Los hechos de violencia y de humillación eran tantos que la mujer no llegó a reproducirlas todas. “Una vez los mandé a los dos a que entregaran unas copas heladas (la familia se dedica a la pastelería) a una familia vecina. Los atendió el hijo de la dueña de casa y le dijo muy amablemente: ‘María, me diste mal el vuelto’. Eso fue suficiente para que Martín decidiera que María era amante de ese chico. La tuvo 15 horas diciéndole: ‘vos sos amante de él’. Al final ella le dijo que sí, para que la dejara de atormentar”, relata Rut. Al día siguiente, la llamaron por teléfono para decirle que su hija estaba postrada en medio la calle, de rodillas, pidiendo perdón. “A esos extremos la dominaba. Y lo que más me dolió fue que esa señora me dijo que mi hija necesitaba ayuda psiquiátrica. Eso era lo peor de todo, que él siempre quedaba como el bueno de la película, pero en la intimidad se despachaba contra ella”, sostiene Rut.

El reencuentro con María
El 11 de abril de 2012, cuando Martín asesinó a María, Rut lo presintió. “Ese día yo me había despertado llorando, fue como una muerte anunciada”, asegura. Recuerda también que buscó ayuda, pero que en todas partes le decían que su hija era grande, que la dejara madurar. “El haber cedido, el haber dado un paso al costado para dejarla hacer su vida es una carga muy dura que voy a llevar siempre”, lamenta.

En los días que siguieron a la muerte de María, Rut estaba tan triste que no podía entrar a la habitación de su hija. Un mes después, juntó valor y abrió la puerta de ese dormitorio ubicado en el primer piso de la casa, al lado de las escaleras. “En su pieza encontré cinco cuadernos con poesías de ella que no las mostraba porque era muy tímida y muy perfeccionista. Las tenía escritas como borrador”, cuenta sorprendida, y agrega que tiene pensado publicarlas. “Ahora las estoy pasando en limpio y es una maravilla, es como reencontrarme con ella, a quien le pedí permiso porque es una obra hermosísima y vale la pena que sea conocida”, remarca.

En esas poesías, que mantenía en secreto, María descargaba sus sentimientos. “Hablan mucho del ser humano, sobre la lucha interna de la mujer por ser, por querer ser, por las cuestiones de la sociedad y las creencias sociales; hablan mucho de su camino espiritual, del mundo de la sensibilidad, del universo donde nosotros somos tan chiquititos. Para las mujeres, es una belleza porque toda su lucha como mujer está ahí transcripta”, explica su mamá.

María había nacido en una familia de artistas y a ella también le gustaba escribir y pintar. Esas virtudes le permitieron a su madre mantener el contacto con ella tras su muerte. Rut se internó en la habitación de su hija durante un largo tiempo donde le puso color a algunos dibujos, recortó fotografías, desarmó y volvió a coser un vestido floreado de María, colgó sus aros, anillos y cadenitas hasta completar un mural que ocupa una de las paredes del dormitorio. Ese fue su homenaje a la hija que le arrancaron.

Prevención
Por las características del crimen, varias organizaciones dedicadas a defender los derechos de la mujer se acercaron Rut y le prestaron sus oídos. Ella, por su parte, tuvo la oportunidad de hacer los mismo con otras personas. “Se me acercaron chicas víctimas de esta problemática y también familias de mujeres que ya no están vivas”, señala.

Rut alerta sobre la necesidad de prevenir nuevos casos de violencia de género. “Lo importante es la prevención para que no se tenga que llegar a otra instancia. Una de las cosas que yo pediría es que se escuche a los familiares (de las víctimas) aunque la mujer tenga la edad que sea y aún ante su negativa”, reclama. “El tema de la violencia de género -agrega Rut- es complejísimo. El hecho de desprenderse de las relaciones tóxicas tiene que ser rápido, hay que reaccionar ante la voz de la conciencia y aprender a escucharse a uno mismo, y las mujeres no tenemos esa práctica, somos más de ceder”, alerta.

De ahora en más, a Rut le toca convivir con dos sentimientos: “tengo un gran alivio por la condena y, a la vez, una tristeza de saber que María no va a volver más. Son las dos cosas juntas”, explica, y vuelve a colgar en la pared la última foto que le tomó a su hija antes de que se la quitaran para siempre.